Por: Eduardo Méndez, Máster en Gerencia Social. Especialista en envejecimiento y vejez. Director de Costa Rica Mayor.
Costa Rica ha alcanzado la esperanza de vida más alta de su historia: 80,9 años al nacer. Detrás de esta cifra no solo se encuentra un logro demográfico, sino una señal clara de que estamos viviendo una transformación silenciosa pero profunda en nuestra estructura social.
Vivir más años no es simplemente un fenómeno estadístico; es el reflejo de décadas de avances en salud pública, educación, seguridad social, acceso a medicamentos, saneamiento y conciencia social. Pero también es, y debe ser, un punto de partida para una conversación nacional inaplazable: ¿estamos preparados como sociedad para acompañar esta longevidad con dignidad, inclusión y calidad de vida?
La vejez como etapa activa, no como epílogo
Envejecer no es un problema. El verdadero problema es envejecer en un país que no planifica, que no adapta sus entornos, que no reconoce el valor de su población mayor ni garantiza sus derechos. Vivir más años implica rediseñar las ciudades, los servicios, la cultura laboral, la educación, los modelos de atención y, sobre todo, el imaginario colectivo sobre qué significa envejecer.
Hoy muchas personas mayores no son solo receptoras de servicios: son cuidadoras, voluntarias, líderes comunitarias, profesionales en activo, referentes familiares. Ignorar esta realidad es tan riesgoso como negarla. La longevidad requiere que reimaginemos el ciclo de vida desde una mirada amplia, solidaria y realista.
Una sociedad longeva necesita justicia intergeneracional
Los datos del INEC proyectan que en 2050 las mujeres vivirán en promedio 87,2 años y los hombres 81,4. En paralelo, más de 40 cantones comenzarán a perder población. Y territorios como Montes de Oca triplicarán su proporción de personas adultas mayores respecto a la niñez. Estamos hablando de un país con menos nacimientos, más longevidad y un tejido social que cambiará drásticamente.
¿Quién cuidará a quién? ¿Dónde vivirán las personas mayores? ¿Cómo sostendremos los sistemas de salud y pensiones? ¿Quiénes tomarán las decisiones políticas cuando la mayoría votante supere los 60 años? Estas no son preguntas del futuro: son las urgencias del presente.
El desafío no es vivir más: es vivir mejor
En Costa Rica hemos hecho mucho por aumentar la esperanza de vida. Ahora, el desafío es asegurar esperanza de vida saludable, es decir, años vividos con bienestar físico, mental, emocional y social. No podemos permitir que la longevidad se convierta en un período extendido de exclusión, dependencia o invisibilidad.
Necesitamos políticas públicas valientes, sensibles y sostenidas. Necesitamos más inversión en cuidados, más viviendas accesibles, transporte inclusivo, servicios amigables con las personas mayores, y entornos donde se fomente la participación, no el aislamiento.
La democracia también envejece
El Tribunal Supremo de Elecciones ya ha advertido que deberá adaptar su logística electoral ante una población votante cada vez más longeva. Pero la adaptación debe ser más profunda: debemos abrir los espacios de participación política a las personas mayores, escuchar sus voces en la toma de decisiones y promover su representación activa en todos los niveles del Estado.
El futuro no es joven ni viejo. Es intergeneracional. Y toda política pública que ignore esta premisa está condenada a fracasar.
Vivir más años es una oportunidad, no una amenaza
La longevidad es una conquista social. Nos habla de avances, de justicia social acumulada, de derechos garantizados. Pero también nos desafía. Porque vivir más exige más empatía, más corresponsabilidad, más humanidad.
Envejecer con dignidad debe ser un proyecto nacional. No se trata solo de ajustar presupuestos o construir más centros geriátricos. Se trata de construir una Costa Rica donde la vejez sea reconocida como una etapa plena, valorada y acompañada.
La longevidad no es solo una cifra: es una responsabilidad colectiva. Y es ahora cuando debemos asumirla.