Por: Germán Salas M. Periodista. Correo:gersalma@yahoo.com
En un país donde la política desgasta, la figura de doña Lorena Clare recuerda que la verdadera elegancia nace del alma. Costa Rica la conoció como Primera Dama; yo la conocí como un periodista joven que cubría el despacho en Noticias Monumental. Sirvió al país de 1998 al 2002 y recibió el nuevo milenio desde el balcón del Teatro Melico Salazar, un gesto simbólico que muchos olvidan, pero que a mí me marcó.
Siempre creí en su proyecto de la Cadena Mayor. Era visionario. Nos invitaba a aceptar que la vejez nos alcanza a todos y que la dignidad debe acompañar la vida adulta, no simplemente tolerarla. Hoy, cuando ella misma transita esa etapa, sus palabras cobran otro peso.
Pero lo que más admiro no nació en Casa Presidencial, sino en su forma de caminar la vida. Hace unos ocho años nos encontramos en un consultorio de la Clínica Oftalmológica. La Dra. Marisela Salas nos atendió con la calidez que le distingue. Bromeamos sobre cómo el destino nos reunía de nuevo, ahora con las pupilas dilatadas y la vista borrosa, pero con los recuerdos intactos. Esa escena sencilla retrata quién es ella: presente, cercana, auténtica.
ienso también en un mensaje reciente que dediqué a don Miguel Ángel Rodríguez. Le dije que no voté por él en su última campaña, pero mi vida periodística comenzó bajo su administración. Siempre lo cubrí con respeto. Recuerdo su “¡Buenos días!” adelantado al final del Himno Nacional y cómo todos respondíamos sin pensarlo. Liderazgo cotidiano. También lo vi aspirar a la Secretaría General de la OEA y bajar esposado por la escalinata del Juan Santamaría. Pensé: “Él vino… no lo trajeron”. Nunca opiné del fondo del caso porque no lo conocí a profundidad, pero leer su deseo de “morir conociendo que fue declarado inocente” me conmovió. Ojalá ese día llegue, por él y por tantos que aún esperan justicia.
Vuelvo a doña Lorena. Hoy enfrenta el cáncer con una serenidad que desarma. No ha perdido su sonrisa, ni su temple. En su lucha, muchos otros pueden verse reflejados. Esa frase que tantos repiten —“Dios da las batallas más fuertes a sus mejores guerreros”— en ella no suena a consuelo; suena a verdad. Ayudó a que miles de mujeres recibieran atención digna. Hoy es ella la paciente, y probablemente ahí está su nueva misión. En esas salas, en los ojos de quienes luchan como ella. No buscó privilegios. Hizo fila, pidió su cita y confió en su seguro social porque sabía que era de calidad.
Doña Lorena, usted sirvió al país de 1998 al 2002, recibió el nuevo milenio y sirve a una nación que ve en usted a una lidereza. De algo estoy convencido: todos aprenderemos de usted. Gracias por haber sido, y por seguir siendo, un ejemplo profundo para Costa Rica. Usted estuvo para el país; hoy el país mira su ejemplo como una misión.








