“¿Quién cuida al cuidador? La otra cara del envejecimiento en familia”

Jun 17, 2025 | Opinión, slider opinion | 0 Comentarios

Autor: Costa Rica Mayor

Por: Eveling Villegas, Gerontóloga

En la mayoría de los hogares donde hay una persona mayor dependiente, hay otra persona —casi siempre mujer— que sostiene silenciosamente su bienestar. Hija, pareja, hermana o incluso una vecina comprometida. Se levanta en la noche, organiza medicamentos, adapta horarios, posterga planes, escucha, contiene. Esa figura es el cuidador informal, una pieza invisible del engranaje del cuidado en muchos países de América Latina.

Hoy, el debate sobre envejecimiento suele centrarse en el aumento de la esperanza de vida o en las necesidades de quienes envejecen. Pero en esa conversación falta una parte fundamental: ¿Quién cuida al que cuida?

El cuidado como rol no elegido

A diferencia de los profesionales de salud o personal de residencias, los cuidadores informales no fueron formados ni remunerados para asumir ese rol. En la mayoría de los casos, simplemente “les tocó”. A veces, porque viven más cerca; otras, porque no tienen hijos pequeños, o simplemente porque son mujeres.La sobrecarga física y emocional es evidente: falta de sueño, dolores crónicos, ansiedad, aislamiento social. En muchos casos, se ven obligadas a reducir su jornada laboral o incluso dejar de trabajar. Esto no solo afecta su salud y bienestar, sino que impacta su autonomía económica y su proyección futura. El problema es estructural, no individual. No basta con hablar de “vocación” o “amor”. El cuidado sostenido requiere apoyo, formación, descanso y redes.

El impacto silencioso

Uno de los efectos menos visibles del cuidado no acompañado es el agotamiento emocional. Lo que parte como un acto de entrega puede terminar en frustración, culpa o incluso enojo. No por falta de afecto, sino porque cuidar a largo plazo sin apoyo desgasta, especialmente cuando hay deterioro cognitivo, problemas de movilidad o enfermedades crónicas.

Además, la invisibilización del rol del cuidador perpetúa una falsa sensación de que “las familias pueden arreglárselas solas”. Pero la realidad es que muchas veces cuidan en condiciones precarias, sin información ni orientación, y con una alta carga mental.

En algunos casos, el cuidador termina enfermando antes que la persona a la que cuida.

¿Qué deberíamos estar haciendo como sociedad?

Primero, reconocer públicamente el rol de los cuidadores informales. Nombrarlos, visibilizarlos y validarlos es el primer paso para diseñar políticas que los incluyan. Luego, es urgente avanzar en tres líneas concretas:

  1. Formación y orientación accesible: Espacios gratuitos donde aprendan desde técnicas de movilización segura hasta manejo del estrés o adaptación del hogar.
  2. Redes de apoyo y descanso: Programas de respiro, servicios comunitarios que puedan relevar temporalmente al cuidador y evitar el aislamiento.
  3. Apoyo económico y compatibilidad laboral: Flexibilidad en horarios laborales, acceso a subsidios o beneficios previsionales para quienes deben dejar de trabajar para cuidar.

Sin embargo, en algunos países, los cuidadores informales ya tienen reconocimiento legal y acceso a licencias o apoyos financieros. En países como Costa Rica o Chile, aún estamos lejos de ese escenario, aunque hay propuestas en discusión.

Un cambio cultural también es parte de la solución

Necesitamos también una transformación cultural: dejar de asumir que cuidar es un “rol natural” de las mujeres, que “hay que hacerlo en silencio” o que solo hay una forma correcta de cuidar. Cuidar puede ser un acto de amor, sí. Pero no debe convertirse en una condena. Tampoco es justo romantizar la entrega absoluta sin acompañamiento.Hablar del bienestar del cuidador es también hablar del bienestar de la persona cuidada. Porque nadie puede cuidar bien si no está siendo cuidado. Cuidar con redes, no en soledad

Las personas mayores necesitan cuidado, pero los cuidadores también. Es hora de que las políticas públicas, las instituciones y la sociedad civil entiendan que envejecer con dignidad también implica cuidar con dignidad.

Apoyar a los cuidadores no es un gasto, es una inversión en cohesión social, salud comunitaria y sostenibilidad del sistema de cuidados.

Porque si seguimos depositando todo el peso del envejecimiento en los hombros de las familias —y, en particular, de las mujeres—, estaremos perpetuando una cadena de sobrecarga que, en algún punto, se rompe.

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