Memorias de un cuerpo que arde: la vejez no es el final del deseo

Jul 9, 2025 | Opinión, slider opinion | 0 Comentarios

Autor: Costa Rica Mayor

Por: Nuria Marín,Licenciada en Derecho de la Universidad de Costa Rica y Máster en Artes Liberales en Harvard University 

El cine nos reunió para reflexionar. Más de 200 personas —adultas mayores, hijas, nietas y profesionales— acudimos al cine foro organizado en colaboración con el Hospital San Juan de Dios y ALAS, la red más grande de liderazgo femenino en Costa Rica, para proyectar Memorias de un cuerpo que arde de Antonella Sudasassi. Fue un momento íntimo, emotivo, y necesario.

Al abrir la película, entendí que no nos contaban una sola historia. Lo que vemos es un caleidoscopio de vidas: las voces de Ana (68 años), Patricia (69 años) y Mayela (71 años) se funden, narrando experiencias de una generación oprimida por el silencio, que hoy encuentran expresión colectiva en la protagonista, interpretada por Sol Carballo. No es la historia de una mujer, sino de muchas mujeres y, por extensión, de muchas de nosotras.

Romper tabúes, contar lo silenciado

La película aborda el tabú de la sexualidad en la adultez mayor. Y lo hace poniendo en el centro no sólo el deseo y el placer, temas que nuestra sociedad suele reservas para la juventud, sino también los claroscuros: el abuso sexual en la juventud, la violencia dentro del matrimonio —incluida la violación conyugal—, y las imposiciones familiares que silencian a las mujeres (como cuando el papá le dice a una de las mujeres: “esa es tu cruz”)

Según datos recientes de la OMS, aproximadamente 1 de cada 3 mujeres experimenta violencia física o sexual a lo largo de su vida, y en muchas culturas el abuso conyugal sigue siendo invisibilizado. Esa violencia no desaparece con la edad; se transforma y, a veces, se profundiza.

Lo notable de la película es que, pese al dolor, su sentido es esperanzador. Lo que Sudasassi coloca en pantalla es la resiliencia, la sanación y el derecho a vivir una adultez plena, con deseo, dignidad y autonomía. Como muchas mujeres entrevistadas en Costa Rica —y que recogen testimonios en carteles como el de la muestra—, hoy a sus setenta, dicen: “es la mejor etapa de nuestra vida” .

Una obra entre documental y ficción

Sudasassi rompe con los límites tradicionales entre documental y ficción. Reunió testimonios reales durante tres años y los recreó evocativamente en un solo escenario: una casa que encarna los espacios familiares de toda una vida.

El resultado trasciende géneros porque lo que importa es la verdad emocional que se transmite. Ese entrecruce de memoria, imagen y voz crece en potencia al reunir generaciones en la sala: jóvenes abrazan a sus abuelas, se escuchan historias por primera vez, se abren diálgos largamente pospuestos.

 

Diálogo intergeneracional: motor de cambio

Es fundamental generar espacios así: en el cine foro, en la comunidad, en el hogar. ALAS Sin Violencia ha insistido en mostrar las violencias invisibilizadas —abandono, infantilización, control sobre el cuerpo, negación del deseo— y la película las nombra como violencia estructural .

Recuerdo el testimonio que escuché luego de la proyección: una madre sola crió ocho profesionales… pero ninguno la visitaba. O los médicos que en el Hospital Blanco Cervantes veían a familiares sospechosos asistir solo para gestionar testamentos, dejando al adulto mayor sin red… Esa es violencia patrimonial, silenciosa pero devastadora.

En cambio, las sociedades orientales —Japón, Corea— enseñan que el cuidado de los mayores es deber y honor. Allí, los adultos mayores no solo reciben cuidados, sino pertenencia activa. La ciencia respalda esta visión: múltiples estudios muestran que los adultos mayores con redes sociales fuertes viven más años y con menos enfermedades cognitivas.

Salud, socialización y ejercicio pleno de derechos

Una proyección a 200 personas no es solo cine: es un acto de empoderamiento. Esto me conecta con iniciativas como “ciudad compasiva” en Cartago, que reconocen la soledad como una enfermedad del siglo, y proponen espacios de participación comunitaria.

La vida saludable se construye desde la adolescencia. Nutrición, ejercicio, interacción social y prevención son clave. Mujeres, por su cultura de redes, suelen estar mejor preparadas en este aspecto. Sin embargo, los hombres también necesitan apoyo para construir lazos sociales cuya ausencia puede derivar en soledad crónica.

Derecho al disfrute en la vejez

Lo que la película nos confirma es intenso y claro: la vejez no está reñida con el deseo, con el placer, con el gozo de la vida. Y deberían ser derechos universales, no privilegios.

Hoy, que es posible vivir 30 o 40 años más tras los 60, se impone una ética social: proporcionar a las personas mayores todas las herramientas para que vivan dignamente. Hablamos de salud, justicia, acompañamiento, protección patrimonial, respeto a su autonomía. Y de visibilizar su sexualidad sin tabúes.

Compartamos estas historias. Impulsemos políticas públicas que incluyan la salud sexual en la vejez; que consideren a la vejez como una etapa de derechos, no de resignación.

Memorias de un cuerpo que arde no es solo una película, es un espejo y una invitación. Un espejo que nos dice que esas historias de dolor, silencio, resistencia y renacimiento están vivas entre nosotros. Una invitación a escucharlas, nombrarlas y actuar.

Como escribió Antonella Sudasassi, “Esta película es la conversación que nunca tuve con mis abuelas. Entender la historia de estas mujeres es comprender mi presente, mi lugar en el mundo, y cómo llegamos hasta aquí. Es una oda a las mujeres que nos dieron la vida, que nos cuidaron, y que nos inspiraron a cuestionar para que hoy nuestras realidades sean diferentes”.

Así como ella, también nosotras podemos encarnar esa memoria, avivar ese fuego, transformar la vejez en un tiempo de dignidad, afecto, placer y derechos.

Invito a quienes nos leen a acompañar estos procesos: compartan la película, conversen con sus hijas y nietas, promuevan foros intergeneracionales, apoyen los espacios compasivos. Porque, como sociedad, solo seremos plenas cuando reconozcamos que la vejez no es el final del deseo, sino un nuevo comienzo.

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