Por:Redacción Costa Rica Mayor . Colabora: Eduardo Méndez, Máster en Gerencia Social. Especialista en envejecimiento y vejez.
San José, 30 de agosto de 2025 . En las esquinas de Limón, en los patios de Matina, en los coros de Cieneguita o en los almuerzos dominicales de Pueblo Nuevo, habita una sabiduría que no se enseña en libros, pero que sostiene buena parte de la identidad costarricense: la sabiduría cultural de la vejez afrodescendiente. Hombres y mujeres mayores que, con voz pausada y mirada firme, siguen transmitiendo tradiciones, sabores, músicas y lenguajes que han resistido el paso del tiempo y las barreras de la exclusión.
Sin embargo, este aporte vital continúa siendo invisibilizado. Y las deudas históricas con quienes envejecen desde la afrodescendencia siguen acumulándose sin respuestas suficientes desde el Estado ni desde la sociedad.
Quienes hoy tienen más de 65 años en comunidades del Caribe costarricense —y también en barrios del Valle Central como La Carpio, Cristo Rey, Hatillo o Cartago— son descendientes de los migrantes jamaiquinos que llegaron al país entre finales del siglo XIX y principios del siglo XX. Muchos de ellos participaron en la construcción del ferrocarril al Atlántico, trabajaron en plantaciones bananeras y fueron clave en el desarrollo económico de la región. Pero junto a ese esfuerzo sembraron también cultura, identidad y comunidad. Esa herencia no ha desaparecido: vive, se transforma y se transmite de generación en generación gracias al compromiso silencioso de personas mayores que han hecho de su memoria una forma de resistencia.
En sus voces y acciones diarias se mantiene vivo el calipso, un género musical que no solo entretiene, sino que narra con ritmo y poesía la historia y los desafíos de su gente. En sus manos sigue latiendo la cocina criolla, donde la leche de coco, el chile panameño y las recetas ancestrales se comparten en cada platillo como parte de una herencia afectiva que conecta a nietos con abuelas. En sus palabras resuena aún el criollo limonense, idioma que sobrevive entre la familia, la iglesia y la calle, a pesar del desuso y la falta de reconocimiento institucional. En su espiritualidad se entrelazan el cristianismo y el respeto a los ancestros, mientras que en la vida comunitaria muchas personas mayores afrodescendientes continúan liderando comités, actividades vecinales, celebraciones culturales y procesos educativos, incluso en alfabetización digital.
Los rostros de esta vejez cultural están en nuestras comunidades. Es el caso de doña Marvi Donalson – quien aparece en la portada de este artículo-, vecina de Cartago y participante activa del Centro Diurno El Tejar. “En el centro diurno me siento muy amada y puedo aportar mi cultura. También he podido atender a algunos visitantes extranjeros con mi idioma inglés”, comenta con orgullo. Desde allí, doña Marvi talleres de bailes folklóricos y forma parte del coro de su iglesia local. También su hermana Rufina, es famosa en Cartago por su receta de rice and beans que ha inspirado a decenas de jóvenes que redescubren sus raíces a través del sabor y la historia.
En Limón, el legado de grandes figuras continúa marcando el presente. Eulalia Bernard, pionera de la literatura afrocostarricense y primera mujer en publicar poesía en inglés criollo, sigue inspirando a mujeres mayores que lideran clubes de lectura, círculos de memoria histórica y espacios de promoción cultural en centros diurnos. A su lado, el recuerdo vivo de Walter Ferguson, padre del calipso costarricense, permanece en los talleres de música comunitaria, en las actividades escolares donde aún se entonan sus canciones, y en la memoria afectiva de quienes reconocen en su música una afirmación de identidad, resistencia y dignidad. A través de estos referentes, la vejez afrodescendiente continúa sembrando cultura con cada palabra, cada melodía y cada historia compartida.
Pero junto a estos aportes invaluables, persisten desafíos estructurales que no pueden ser ignorados. La mayoría de las personas mayores afrodescendientes envejecen con bajos ingresos y pensiones mínimas, consecuencia de años de trabajo informal o de exclusión del sistema contributivo. El acceso a servicios de salud sigue siendo desigual, especialmente en comunidades costeras o rurales. Según Larry Wein, coordinador del Hogar de Ancianos de Limón, “el acceso a los servicios también presenta barreras: la lejanía geográfica, la falta de pertinencia cultural o incluso el racismo estructural afectan la calidad de la atención que reciben”. A esto se suma la ausencia de programas específicos con enfoque étnico-cultural, así como la escasa representación de esta población en estadísticas públicas y en espacios de toma de decisiones. A menudo, la cultura afrodescendiente es reducida a un papel decorativo en celebraciones institucionales, sin que se reconozca como parte viva, activa y transformadora del desarrollo nacional.
Honrar el aporte de la vejez afrodescendiente no puede quedarse en palabras bienintencionadas. Costa Rica debe comprometerse a incluir el enfoque étnico-racial en todas sus políticas de envejecimiento. Se necesita fomentar y financiar proyectos culturales intergeneracionales liderados por personas mayores afrodescendientes, garantizar el acceso efectivo a pensiones justas, atención médica con enfoque intercultural, y conectividad digital como derecho básico. Reconocer el criollo limonense como patrimonio lingüístico en riesgo, y documentar con seriedad las historias de vida de esta población, son pasos clave para construir una memoria colectiva más justa, más rica y más representativa de nuestra identidad diversa.
Las personas mayores afrodescendientes no solo envejecen. Enseñan, cuidan, guían, cocinan, cantan, sueñan, resisten y construyen. En cada uno de sus gestos hay un acto de amor por la cultura, por la comunidad y por Costa Rica. Reconocer su aporte no es un gesto simbólico. Es una urgencia ética. Es cuidar la raíz para que el árbol del país crezca más fuerte, más justo y más plural.
¿Conocés alguna persona mayor afrodescendiente que esté sembrando cultura en tu comunidad?
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