Edadismo laboral en Costa Rica: cuando la experiencia se convierte en obstáculo

May 1, 2025 | Opinión, Recientes, slider opinion | 0 Comentarios

Autor: Costa Rica Mayor

Por: Eduardo Méndez, Máster en Gerencia Social. Especialista en envejecimiento y vejez

Cada vez más personas mayores desean seguir trabajando, pero el mercado laboral no siempre les abre la puerta.

Costa Rica está envejeciendo rápidamente. En apenas dos décadas, la proporción de personas mayores de 65 años casi se duplicó. Y mientras el país celebra una mayor esperanza de vida, una pregunta se hace urgente: ¿todas las generaciones tienen las mismas oportunidades de empleo?

Más edad, menos oportunidades

Según la Encuesta Continua de Empleo del INEC (2024), más de 40 mil personas mayores de 45 años estaban desempleadas en el país entre junio y agosto. Y aunque muchas cuentan con amplia experiencia, enfrentan barreras invisibles. Especialistas coinciden: a partir de los 45 años, encontrar o mantener un empleo se vuelve más difícil.

Un estudio de la Universidad Nacional reveló que el 66% de la población cree que las personas adultas mayores enfrentan mucha discriminación, especialmente en el trabajo. La mitad de los encuestados incluso opina que son “menos productivos”, una idea sin fundamento que alimenta los prejuicios.

A esto se suma otra realidad: el 74% de los trabajadores mayores de 60 años laboran en la informalidad, sin seguro, aguinaldo o vacaciones. No es que quieran menos, es que el sistema les ofrece menos.

Este fenómeno tiene consecuencias profundas. Para las personas adultas mayores, el edadismo laboral puede derivar en desempleo prolongado, ya que a partir de los 45 o 50 años se enfrentan mayores dificultades para reinsertarse en el mercado laboral. Esta exclusión sostenida no solo afecta sus ingresos, sino también su autoestima y motivación: el rechazo constante y los estereotipos terminan dañando su salud emocional y su confianza. Además, muchos terminan aceptando trabajos informales, precarios y sin derechos laborales, más por necesidad que por elección, lo que compromete su bienestar. El país también pierde al excluirlos, ya que con ellos se va su experiencia, mentoría y conocimiento, talentos que podrían enriquecer los equipos de trabajo. Como resultado, se agrava la dependencia económica de estas personas, quienes al no poder trabajar ni cotizar, se ven obligadas a depender de sus familias o del Estado.

El edadismo también repercute en las empresas. Al limitar la participación de trabajadores mayores, se pierde la diversidad etaria en los equipos, lo cual empobrece la toma de decisiones y limita la innovación basada en la experiencia. Paradójicamente, esto puede generar una mayor rotación de personal y gastos innecesarios, pues el talento joven suele cambiar con más frecuencia de empleo. Asimismo, se desaprovechan habilidades blandas como el liderazgo, la empatía o la gestión de crisis, que las personas mayores han desarrollado a lo largo de su trayectoria profesional.

Desde una perspectiva social y económica, las consecuencias del edadismo laboral son igual de preocupantes. Aumenta la pobreza y la desigualdad, sobre todo para quienes no cuentan con pensión. También incrementa la presión sobre los sistemas de seguridad social, al dejar fuera del mercado laboral a quienes aún desean y pueden trabajar. Además, se frena el envejecimiento activo: el trabajo es una fuente de salud, propósito y conexión, y al excluir a los mayores, se les arrebata parte de esa posibilidad. Finalmente, se produce un desajuste entre generaciones, alimentando la falsa idea de que las personas mayores son una carga, en lugar de reconocerlas como miembros valiosos y productivos de la sociedad.

Desde hace más de una década, universidades como la UCR han documentado esta exclusión. Investigaciones revelaron cómo los anuncios laborales solían exigir edades máximas, como “menos de 35 años”, dejando fuera a miles por su fecha de nacimiento. Aunque hoy esas prácticas han disminuido, persisten formas más sutiles de exclusión: frases como “mentalidad joven”, “perfil dinámico” o “nativo digital” funcionan como filtros encubiertos.

¿Qué dice la ley?

En Costa Rica, la discriminación por edad está prohibida. El Código de Trabajo, la Ley Integral para la Persona Adulta Mayor (7935) y la Reforma Procesal Laboral lo dejan claro. Además, el país ratificó en 2016 la Convención Interamericana sobre los Derechos Humanos de las Personas Mayores, que reconoce el derecho al trabajo sin distinción por edad.

En 2022 se aprobó la Ley 10079, que promueve oportunidades de empleo para personas mayores de 45 años. Esta norma busca incentivar a las empresas a contratar personas con más experiencia y trayectoria. Algunas instituciones, como el MTSS y el TEC, también han impulsado plataformas virtuales para acercar vacantes a este grupo.

Aunque la ley existe, la práctica es otra historia. Muchos adultos mayores relatan haber sido rechazados por estar “sobrecalificados” o porque “hace mucho se graduaron”. Otros cuentan cómo les sugirieron que el equipo era “muy joven” para ellos.

Pero también hay señales de cambio. La Defensoría de los Habitantes impulsó la Ley 10079 tras años de trabajo. Organizaciones como AGECO premian estas iniciativas, demostrando que integrar talento senior no es solo justo: es una ventaja. Experiencia, compromiso y mentoría son algunos de los aportes que brindan.

En este Día del Trabajador, clámelos por justicia generacional: “Envejecer es parte de la vida, el edadismo no debería serlo”. Una mayor esperanza de vida no puede traducirse en menos oportunidades para participar, aportar y decidir. Al contrario, cada persona debería tener el derecho de elegir hasta cuándo desea seguir contribuyendo desde su experiencia.

Termino aquí. Construir un país verdaderamente inclusivo implica reconocer el valor de todas las edades. Combatir el edadismo laboral no se limita a cambiar leyes, sino a transformar mentalidades. Porque la edad no resta valor; lo multiplica.

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