Diario de cuidados: Una hermosa decisión

May 10, 2025 | Opinión, Recientes, slider opinion | 0 Comentarios

Autor: Costa Rica Mayor

Por: Oscar Murillo Guzmán. Terapeuta y cuidador.

Hace unos cinco años, tras la muerte de mi padre y el deterioro físico de mi madre —quien tiene 78 años y padece un fuerte desgaste en sus rodillas— tomé la decisión más inesperada de mi vida: convertirme en su cuidador. Nunca lo planeé, nunca me formé para cuidar personas adultas mayores, y mucho menos imaginé hacerlo con mis propios padres a la edad que tengo. Pero, sin duda, ha sido la decisión más hermosa que he tomado.

Todo comenzó durante el duelo por la muerte de mi padre. Una mañana, como un susurro profundo en el alma, surgió esta frase en mi mente: «Tú debes cuidar a mamá.» Sentí que era un llamado claro, una misión: brindarle calidad de vida. Y aquí estoy.

Desde entonces, inicié una nueva etapa en mi vida. Ser cuidador de mi madre ha sido un proceso de crecimiento constante. Cada día es distinto, cada día ella cambia un poco, se hace más frágil, más abuela, más adulta mayor. He aprendido a reconocer sus nuevas condiciones, entre ellas, el inicio de la demencia. En poco tiempo, la vida me ha enseñado a aprender y desaprender.

A pesar de tener formación académica y profesional, cuidar de mi madre me ha exigido desaprender muchas cosas, especialmente esa idea profunda de que ella era quien debía cuidarme. Desde niño dependí de ella: me protegía, me guiaba, me corregía. Hoy, esa dependencia se ha invertido. Ahora soy yo quien la acompaña, la cuida, la guía. Y reestructurar mi mente para asumir este nuevo rol, a mis más de cincuenta años, no ha sido sencillo.

Mi niño interior —esa parte vulnerable y emocional que todos llevamos dentro— a veces se siente confundido, perdido. Le cuesta aceptar que ahora debe cuidar a quien siempre lo cuidó. Al principio, la ansiedad me invadía; me costaba dormir, me angustiaba el futuro. Sé que quienes han tomado una decisión similar pueden comprender lo que describo.

Ser cuidador de mi madre se ha convertido en un regalo del Dios de la Vida. Un regalo que muchos deberíamos aceptar, aunque no es fácil. Cada día implica nuevos aprendizajes, retos y emociones. He tenido que poner en práctica todo lo que he aprendido en mi vida, y aún así siento que es poco para garantizarle calidad de vida.

Ella sigue viéndome como el hijo que necesita ser regañado o controlado. Yo, mientras tanto, tengo que recordarle a mi niño interior que disfrute de mamá, que no se enoje, que abrace esta etapa con amor. Pero también debo aceptar que ese niño aún carga heridas de la infancia, que a veces llora, a veces se enoja, a veces quiere huir, y muchas veces no sabe qué hacer.

Sin embargo, en este proceso cotidiano he encontrado también espacios para sanar. Aprendo a vivir el hoy, a disfrutar las mañanas, los días y las noches con ella. Cuidarla es asegurarme de que no se enferme, que tome sus medicamentos, que no se arriesgue con tareas peligrosas, que no se sienta una carga. Es motivarla, acompañarla a visitar a sus amigas, reírnos juntos y a veces, incluso, regañarla con cariño.

Cuando salimos, la ayudo a subir al carro, le doy la mano, la acompaño a los lugares que disfruta, aunque ya camine despacio y poco. Hace diez años, en mi trabajo con jóvenes —en talleres, campamentos y convivencias— jamás habría imaginado que un día estaría cuidando a mi madre.

Hoy, ella ya no come lo mismo, repite historias con frecuencia, duerme más, reza con más intensidad… y sigue regañándome. Estoy aprendiendo a disfrutar esta nueva etapa de mi vida con ella.

Este viaje me ha enseñado que todas las personas adultas mayores necesitan y merecen calidad de vida. Y esa calidad no se mide en dinero o estatus, sino en acciones: lo que tú y yo hacemos como hijos, hijas, sobrinos, nietos o hermanos. Ser cuidador es una decisión profunda, transformadora.

Desde Costa Rica Mayor quiero invitarte a caminar conmigo en esta experiencia. No es fácil, lo sé, pero no estamos solos. Nuestros padres merecen calidad de vida, a pesar de las heridas que tal vez nos dejaron. Para cuidar verdaderamente, primero debemos sanar, perdonarnos y perdonar.  En este camino hablaremos sobre cómo sanar, por qué hacerlo y para qué. Hablaremos del trabajo emocional de ser cuidador, de los duelos, de las emociones y, sobre todo, de cómo brindar verdadera calidad de vida a quienes nos dieron la vida.

Nos reencontramos pronto.

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